Sección Sindical FIA-UGT Synthesia
"No hay revolución simplemente porque se lleve a cabo un régimen político.Ni siquiera hay revolución cuando junto al cambio de régimen político hay un cambio social.El ciclo revolucionario no termina hasta que la revolución se haga en las conciencias" Rodolfo Llopis (1895-1983) tras su nombramiento como Director General de Enseñanza Primaria en la Segunda República Xarxa sindical

2 Nov, 2008

¿FRACASO ESCOLAR?

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Es curioso comprobar como somos capaces de aislar situaciones, como si estas no formasen parte de capacidades más amplias. Cuando algo no funciona, en ocasiones no vemos que el funcionamiento de ese algo no es autónomo, que tiene dependencias y que no es atacando la singularidad del hecho, la mejor forma de corregirle el rumbo.
Una de estas situaciones, sin duda, es la del fracaso escolar de nuestros jóvenes y adolescentes. Aunque vamos sobrados de medidores, observadores, criticadores (con o sin razón) y postuladores divergentes, estos siempre coinciden en el mismo punto: la maldad del sistema educativo en Catalunya o en el resto del Estado.
A mi personalmente, me gustaría ir un poco mas allá y tratar de ver el problema, que lo es, desde todas las perspectivas posibles. Pero como esto es demasiado ambicioso para mis capacidades, me limitaré a dar mi visión, no ya del problema, pero quizás de uno de sus colaboradores.

La ignorancia del ser humano, ha sido, es y será uno de los mejores aliados del despotismo y la tiranía. Los conocimiento que la humanidad ha ido adquiriendo a lo largo de su Historia han sido guardados con celo por todos aquellos que hacían de ellos patrimonio particular y los utilizaban exclusivamente para perpetuarse en sus privilegios. No es necesario que demos un repaso a la Historia, y que situemos en cada una de sus etapas, a los usurpadores de estos conocimientos. Seguramente todos los tenemos localizados. Pero ¿qué objetivo perseguían estos “apropiadores indebidos”?. Posiblemente y por encima de todo, el crear de forma totalmente interesada una moral y ética social a la medida de sus codicias.

A pesar de la Revolución francesa, a pesar de la Revolución bolchevique, a pesar de las corrientes filosóficas Humanistas, a pesar de la Ilustración, a pesar de los esfuerzos de la Escuela Libre de nuestra II República, a pesar de tantas cosas, hoy los conocimientos siguen teniendo un “dueño administrador” que los distribuye a su antojo. Este no es otro que el mercado. Ese mercado sin alma ni conciencia al que sus mismos defensores a ultranza, los liberales, han de disculpar por sus hasta ahora impensables errores.

¿ Hacia donde se dirigen las antaño “vocaciones” formativas de la juventud?.Hacia las necesidades del mercado. Y es este mercado el dueño y señor de voluntades en el momento de elegir hacia donde orientar la formación personal. Es este mercado el que cambia a su antojo incluso los planes formativos universitarios, atomizando la enseñanza de tal modo, que es capaz de crear expertos en la aleación de un tornillo, que difícilmente saben situar la provincia de Ávila en el mapa. Es este mismo mercado el que utiliza los potenciales de estos jóvenes, con sueldos de miseria en la mayoría de los casos, y que prescinde de ellos, y de nosotros, con total arbitrariedad sin otra causa que la de su propio beneficio.

A todo esto podemos añadir la pérdida acelerada de uno de nuestros mayores bienes, que todos estamos dilapidando, si es que aún los conservamos. El saber trasmitir a nuestros hijos el fruto de nuestra experiencia. Esos preceptos morales que hablan del amor a la justicia y a la verdad, la sencillez y la humildad, el equilibrio interior, el respeto al prójimo, la búsqueda de la concordia social y la paz. No podemos trasmitírselos porque en muchos casos no conocemos otra cosa que la ambición, la individualidad, la competitividad a costa de los demás, el consumismo, el yo por encima del nosotros.
Este dueño y señor de voluntades no es que haya creado su propia moral social, es que ha destruido las existentes.
¿Hablamos de fracaso escolar o mejor lo hacemos de fracaso social?

Paco Fernández, noviembre 2008



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