Sección Sindical FIA-UGT Synthesia
"No hay revolución simplemente porque se lleve a cabo un régimen político.Ni siquiera hay revolución cuando junto al cambio de régimen político hay un cambio social.El ciclo revolucionario no termina hasta que la revolución se haga en las conciencias" Rodolfo Llopis (1895-1983) tras su nombramiento como Director General de Enseñanza Primaria en la Segunda República Xarxa sindical

24 Set, 2008

MOVILIZACIÓN

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Corren malos tiempos para la lírica. Estamos ante una situación de desconcierto económico, que al parecer viene provocada por los mismos gestores del sistema, donde han hecho acopio de ingentes cantidades de capital, haciéndolo circular de manera que al parecer y como si de humo se tratase, lo ha barrido el viento.

No hemos sido partícipes de los desorbitados beneficios que esta efímera ingeniería financiera ha ido repartiendo. Ni lo hemos sido, ni lo somos, ni lo seremos. La cuota que nos asigna el sistema, es la de agradecer el que podamos disponer de un salario que garantice nuestra subsistencia. Pero algo les ha fallado a estos aprendices de brujo. O posiblemente no y ya conocían el desenlace. Pero mientras este llegaba se han dedicado a engordar su saca.

Ahora que ya están aquí las “plagas bíblicas” por descontado que vamos a ser copartícipes de las consecuencias. A esta fiesta si que estamos invitados. Las voces de los gurús que ven solución al problema, “recomendando” una reforma del mercado laboral no cesan. Como si el mercado laboral tuviese alguna culpa de la situación.

Su hipocresía llega al punto, de que quién hace del libre mercado su bandera (incluso para intentar regular los servicios sociales) pida ahora la superposición del intervencionismo estatal sobre el mercado. Cuestión de desvergüenzas.

Estas y otras conductas son merecedoras de una respuesta por nuestra parte. Y una de estas respuestas se dará el día 7 de octubre en la Jornada Mundial pel Treball Digne,(Gracias Paco López) donde nuestro Sindicato llama a la movilización junto con la Confederación Europea de Sindicatos reivindicando

· La modificación radical o la derogación de la Directiva del tiempo de trabajo

· Políticas que combatan la precariedad y la siniestralidad laboral

· La universalización de las normas fundamentales adoptadas por la OIT

· El cumplimiento de los Objetivos del Milenio de las Naciones Unidas, fundamentalmente la erradicación de la pobreza extrema y el hambre, la extensión de la educación primaria, la igualdad entre géneros y la reducción de la mortalidad infantil

Pero hay algo de esta convocatoria que me ha llamado la atención de forma agradable, independientemente de la convocatoria en si, y es el cartel anunciador. Desconozco quien es el diseñador, pero ese simbólico guiño a la globalización representado por el planeta, del que irrumpe un puño en alto representando a los trabajadores y junto a nuestro “emblema” de UGT me parece, sencillamente fantástico. Esta simbología está ahí en el momento preciso.

Este puño en alto, al que en ocasiones se hecha de menos, me brinda la oportunidad de dejaros aquí un fragmento de la obra de Hubert Lagardelle, quizás el más lúcido y nítido teórico del sindicalismo.

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El sindicalismo es la teoría que presta a las organizaciones obreras profesionales, animadas de espíritu revolucionario, un valor de transformación social. Es un socialismo obrero. Por su concepción de la lucha de clases se opone al puro corporatismo, cuyo modelo más perfecto es el trade-unionismo inglés; por la preponderancia que concede a las instituciones proletarias, se separa del socialismo parlamentario y por su interés por las creaciones positivas y su desprecio de la ideología, se diferencia del anarquismo tradicional.

Ha sido confundido tan frecuentemente con una u otra de estas tres concepciones que, para comprender bien su carácter propio, es necesario precisar lo que le distingue de ellas. Sabiendo lo que no es, comprenderemos mejor lo que es.

I. Corporativismo, socialismo parlamentario, anarquismo.

El corporatismo y el sindicalismo tienen bases comunes; es decir, uno y otro están constituídos por grupos profesionales. Pero el corporatismo no aspira a renovar el mundo. Desea simplemente mejorar la situación de los obreros que organiza, proporcionándoles en la sociedad actual un puesto cómodo. No es ni más ni menos que una de las múltiples agrupaciones de intereses que pululan en torno de nosotros. Así corno los capitalistas se asocian para fructificar sus capitales, del mismo modo los trabajadores aunan sus esfuerzos para conseguir ventajas inmediatas.

El sindicalismo acusa al corporatismo de agudizar por eso el egoísmo corporativo. Al transformar los Sindicatos en Agencias de Negocios, al no darles como objetivo más que preocupaciones materiales lanzándolos en la senda de las puras empresas mercantiles, desarrolla sólo en ellos la preocupación de sus intereses particularistas, en perjuicio de los intereses generales de todos. El proletariado se encuentra de este modo dividido, en contra suya, en un fraccionamiento infinito de grupos no solidarios, que persiguen separadamente sus reivindicaciones especiales. No les une ninguna lucha común, ningún lazo interior les solda, ninguna gran idea política les anima.

El corporatismo no sólo eleva esta muralla de la China entre los grupos profesionales, sino que también pone en oposición a los sindicados con la masa de no sindicados. Constituye una aristocracia obrera extremadamente dura. Estos obreros de organizaciones fuertes, de una jornada de trabajo corta, que tienen abarrotadas las cajas de resistencia, forman una pandilla de aprovechados, celosa de sus privilegios, indiferente a las miserias del prójimo, que desprecia todo lo ajeno y sólo se preocupa de sus prerrogativas. Poco le importan las batallas que, debajo de ella o a su lado, emprenden otros trabajadores menos favorecidos: los negocios son los negocios.

El corporatismo, a los ojos del sindicalismo, liga en virtud de eso las capas económicamente superiores del proletariado a la burguesía. Un común ideal de vida burguesa es el que empuja aquí tanto a los obreros como a los capitalistas, a alcanzar beneficios por los mismos procedimientos. Los grandes Sindicatos, organizados conforme el tipo corporatista, no se diferencian en nada de las grandes asociaciones patronales; en ellos, como en éstas, existe la misma centralización, la misma práctica de compromisos, la misma preocupación exclusiva del poder financiero. Es natural. La autoridad de los jefes, indispensable para la buena marcha de los negocios, se impone igualmente a una empresa obrera que a una empresa burguesa. Los conflictos entre asalariados y capitalistas, desde el momento en que se reducen a meras disputas entre comerciantes, no pueden dar otro resultado que alianzas análogas a las transacciones comerciales. En fin, como se parte del principio de que el dinero dirige el mundo, los sindicatos se convierten lógicamente en las casas de banca y sociedades de seguros del proletariado, que acumulan los capitales para obtener beneficios y en previsión de los riesgos.

Ni corporatismo, ni socialismo parlamentario, ni anarquismo. ¿En qué consiste, pues, el sindicalismo? Yo lo he calificado de socialismo obrero. Pero es aún más exacto llamarlo un socialismo de las instituciones. ¿Qué significa esto?

El sindicalismo parte de este postulado: lo que diferencia a las clases sociales son sus instituciones y sus concepciones jurídicas, políticas y morales. Cada clase se crea, en relación con su estructura económica, sus propios órganos de lucha, afirmando de esta manera su noción particular del derecho. Y como las clases están así en oposición, no sólo por su modo de existencia, sino también y principalmente por su modo de pensar, aparecen ante el observador social como otros tantos bloques distintos unos de otros. Sus luchas constituyen la trama de la historia. El fin de cada una de ellas consiste en imponer a la sociedad su idea propia y las instituciones que le sirven de base. La lucha de clases no es, en último resultado, más que una lucha por un derecho o un principio.

Así pues, como he de advertir más tarde a propósito de Marx, toda la lucha de clases se reduce a un doble movimiento de negación y de construcción. La negación se ejerce sobre las ideas e instituciones nuevas. En efecto, nunca hay más que dos clases que se disputan el campo de la historia: la clase que representa el orden reinante y la clase que lucha por un orden contrario. Las otras clases son relegadas a un segundo plano, intervienen más o menos en el conflicto general, pero no pueden imprimir su ritmo al movimiento histórico.

El drama social moderno lo representan la burguesía y el proletariado. La clase obrera es hoy la clase revolucionaria, como en el antiguo régimen lo fue la burguesía contra el feudalismo. Y es la única clase revolucionaria, porque de todas las clases explotadas es la única cuya liberación es incompatible con los principios del capitalismo, la propiedad y el Estado, y esto porque está fuera de la propiedad y del Estado.

La misión del sindicalismo consiste, precisamente, en organizar a los trabajadores para el triunfo del ideal nuevo que IIevan dentro de sí. ¿Cuál es este ideal nuevo? Es el derecho del trabajo a organizarse libremente.

Solamente en la Agrupación sindical puede tomar cuerpo esta idea nueva del trabajo libre en la sociedad libre. El Sindicato es la prolongación del taller: agrupa a los productores sobre el terreno mismo de la producción. Organiza sus luchas y responde a las preocupaciones primordiales de su vida. Y así, superando el estrecho punto de vista de las reivindicaciones particulares, lo concebimos como dirigido no sólo contra tal patrono especial, sino contra la clase patronal entera; adquiere entonces una importancia política inmensa y se convierte en una institución revolucionaria. Así, los Sindicatos, animados de un gran ideal social, desempeñan en la emancipación del proletariado, según frase de Marx, el mismo papel que los Municipios en la emancipación de la burguesía.

Los sindicalistas, para quienes los hechos determinan las ideas, encuentran de este modo en la lucha obrera más insignificante el germen de la lucha de clases. Mejor dicho, la lucha de clases no es más que la generalización de estas mínimas hazañas cotidianas consideradas como las escaramuzas de una guerra más extensa. Sigamos la lucha obrera. Al principio, la rebelión comienza por explosiones bruscas y caóticas de los productores. Las primeras huelgas no son otra cosa que los primeros destellos de un vago instinto de clase que nace de la desesperación. Tienen, sin embargo, el efecto de revelar a los obreros su existencia como colectividad. Los trabajadores se desconocen los unos a los otros. Pero por la disciplina externa que les impone, la clase patronal mantiene su cohesión. Lo que la autoridad patronal hace por la agrupación en el taller, las huelgas repetidas lo realizan por la unidad interior; el sentimiento de solidaridad se desarrolla. La rebelión momentánea, en forma de coalición, cede el puesto a la rebelión permanente en forma de Sindicato.

Cuanto más se intensifica la lucha económica, más se sublimiza. La huelga deja de ser un acto aislado de corporación para convertirse en un acto de clase. Toda esta táctica de esfuerzos personales, renovados sin cesar, es lo que constituye la acción directa. Ninguna delegación ni representación, sino un llamamiento constante a las ideas de responsabilidad, de dignidad y de energía. Ni pactos, ni arreglos, sino la lucha con sus riesgos y sus exaltaciones. Ningún halago a los bajos instintos de la pasividad, sino una continua exaltación de los sentimientos más activos del hombre.

Más aún. El sindicalismo no sólo opone su acción directa a la acción indirecta de la democracia, sino que opone también su organización libre a la organización autoritaria de ésta. En vez de reproducir las formaciones jerárquicas de la sociedad política, se constituye sobre las bases del federalismo, de la descentralización y de la autonomía. El Sindicato libre en la Federación. La Federación libre en la Confederación. He aquí un programa que en nada recuerda los métodos centralistas del procedimiento gubernamental. Se trata de acostumbrar a las masas a prescindir de jefes y a organizar prácticamente la libertad.

En fin, entre la masa obrera y el sindicato no hay esa solución de continuidad que abre un abismo entre la masa electoral y sus representantes políticos. Sindicados y no sindicados siguen mezclados en el taller y en la vida cotidiana; no se distinguen más que por su grado de combatividad. La lucha es la que hace la selección. Los más valientes van a la cabeza, expuestos a los golpes, para defender, no sus intereses personales, sino los de todos. La fuerza de los sindicatos revolucionarios dimana, pues, únicamente, de las cualidades morales de los sindicados. No pueden prometer a Ios que les siguen, como hacen los partidos, puestos y sinecuras en el Gobierno que tratan de conquistar. Pero la masa, que los ha visto actuar, los sigue por instinto. Y esta masa obrera, contrariamente a la masa electoral, es capaz de juzgar. Las cuestiones de los sindicatos son las de su misma vida, y tiene competencia para hablar de ellas. Es, sin duda, como toda masa, pesada y torpe; pero cuando los sindicatos, que son las minorías conscientes, se dirigen a ella en un momento crítico, está siempre dispuesta a responder a su llamamiento. La experiencia enseña que las huelgas, por ejemplo, ponen en pie, como un solo hombre, a todos los obreros, cualesquiera que sean su religión y su credo político. Como esos círculos concéntricos que produce una piedra al caer en una superficie de agua, cada sacudida de la clase obrera actúa, por propagación molecular, sobre la masa de los proletarios.

Esta Sección Sindical estará el día 7 de octubre en Via Laitena.

Nos vemos allí.

Paco Fernández, septiembre 2008


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